jueves, 26 de noviembre de 2009

Metrópolis: ¡Moloch! 10/10



La visión que tenemos los Hombres de nuestro porvenir, cambia. Cuando se vive en un mundo cerrado, con poco o ningún acceso a la tecnología, a lo más se puede imaginar eventos relacionados con nuestro prójimo inmediato (familiares, pareja, hijos, amigos), a lo más con nuestra aldea. Cuando los medios entran, irrumpiendo la vida con su estridente carnaval de avances y tecnologías “necesarios”, es difícil, muy difícil, para las almas, no volcarse hacia ellos. Entonces nos llenamos de deseos de aventura y cambio, pero también de posesión. Una frustración interna por todo el “tiempo perdido” parece dominarnos. ¿Cómo podíamos haber vivido en estas pocilgas por tanto tiempo, cuando allá afuera está el mundo –¡ocupado, ocupado, ocupado! ¡Inventando, inventando, inventando!- con sus inefables maravillas? “Ahí mismo, al otro lado del río, hay toda clase de aparatos mágicos, mientras que nosotros seguimos viviendo como burros.” - decimos, con José Arcadio Buendía.

Tal vez sea así, pero, ¿y el amor que nos tenemos entre sí? Cuánto pasa –siempre pasa- que la tecnología, fría y acerosa, nos roba ese contacto con el mundo real, con lo humano, con los sentimientos, con la creación. Lo trueca, en cambio, por un deseo insaciable de tener, de comprender y, sobre todo, de ver y de tocar “lo de fuera”. Es sobre este postulado (tantas veces realidad) que está construida esta fábula maravillosa llamada Metrópolis.

Y... es sólo fantasía. Imaginemos un mundo dividido en dos partes. Los “de arriba” son, bueno, los de arriba. Tienen el poder, el dinero, son individualistas y no les importa la familia, y mucho menos, la comunidad social. Lo dan todo por obvio (for granted). Los de abajo, en cambio, viven en una triste y dolorosa esclavitud, pero tienen esperanza. ¿Dije que era una fantasía? ¡Se parece mucho al mundo real! ¿Y quién puede interceder entre los dos mundos sino la Virgen María… que permita que un hombre se enamore de ella y su bondad, y le llene de hambre de justicia? Pero la María verdadera habrá de ser reemplazada por Eva, la pecadora, la mujer máquina… Y el hombre, entregado a su lujuria y avaricia, le creerá a esta falsa María, quien tergiversará el mensaje de amor.




Es imposible hacerle justicia a Metrópolis. Tiene una carga de sentimientos, de sentido y de profundidad moral y religiosa, que un corto reportaje como éste no puede esbozarlo. Llena de metáforas y alusiones, Metrópolis es una imposible historia en un curiosísimo futuro donde las carreteras se comunican entre los edificios y hay telecomunicación (telepresencia), pero los coches no llegan ni siquiera a ser primitivos escarabajos Volkswagen. Un mundo en el que una máquina gigante da fuerza y energía al mundo real, pero que requiere que los humanos se comporten como puentes de sus circuitos… Y la máquina, no lo dude nadie, es el utilitarista sistema que se alimenta, como Moloch, de la sangre de los hombres.




Las actuaciones son magistrales, sobre todo la de María. Freder manifiesta con su mano en el corazón, mucho más que lo que las palabras pueden decir. Su arrolladora pasión y su extraño afán (esa curiosa manera de correr que tienen las películas antiguas…) le dan al filme un gran dinamismo. Los decorados (fondos) son espectaculares también, muy adelantados para la época.

¡Cómo ha cambiado la visión del futuro! Pero cómo sabemos dentro de nosotros, y sabremos siempre, que el mediador entre la cabeza y las manos ha de ser el corazón. 10/10

jueves, 19 de noviembre de 2009

Rodrigo D. No Futuro: Desolador (6/10)

La realidad de mi país, Colombia, es triste, tristísima. En los barrios bajos se presiente un caos parecido a un perenne ataque de pánico, donde la vida parece estar en riesgo cada segundo, y todos los que allí habitan son continuamente violentos, en un horrible unísono anímico, como lobos poseídos de un hambre de venganza. Desolador, triste, desesperanzado, "No Futuro", así es esta película.






Lastimosamente, "Rodrigo D." no desarrolla una temática interesante, que apasione al espectador. Vemos, en cambio, lo que parecen ser escenas disparejas de la vida de unos personajes en un barrio bajo a las afueras de Medellín. Y así, como un triste collage de fotos que no forman entre sí nada en común más que la tristeza que emana de todas ellas, así transcurre esta película. Saltamos de una escena a otra, vemos crimen, dolor y angustia... Y se acaba. Se abona, como digo, que retrata, de forma muy, muy fidedigna, el vivir de los adolescentes en las comunas. 6/10.