jueves, 29 de diciembre de 2011

Barton Fink. Una película (casi) perfecta 10/10


Recuerda a Fellini. Recuerda esos momentos mágicos del cine en los cuales estás inmerso en la película y no sabes si lo que ves es mentira o realidad. No sabes si la película es una acepción de la realidad o una excusa para devaneos en la fantasía. No sabes si las escenas que contemplas son sueños (y si lo es, ¿quién es el que sueña?). No lo vislumbras, pero no importa, porque son tan bellas, tan bien elaboradas, tan mágicas y tan fidedignas al mundo en que transcurre la acción, que tú sólo te dejas llevar.

Ésa es Barton Fink, una película digna de pavonearse al lado de otras “Fellinis”. Es mágica, sobre un escritor en los años 40 contratado para trabajar en el mundo sardónico y caníbal de Hollywood. Bellamente escrita, con una cantidad de detalles que no se alcanzan a colegir ni siquiera tras haberse terminado la película –pero que pueden llegar a comprenderse tras breves investigaciones o tras posteriores miradas al filme-.


Se destacan la actuaciones de John Goodman y John Turturro, por supuesto; sin embargo, una extraña joya es la actuación de Michael Lerner como "el Mundo", pero desde el punto de vista de un productor de Hollywood, todo dólares, poder e influencias.



En conclusión, una hermosa e impredecible película. 10/10.

miércoles, 28 de septiembre de 2011

Anvil, el sueño de una banda de rock (Anvil! The story of Anvil) (2008) El rock pesado puede ser nostálgico (9/10)



Tristísima y bella película sobre el poder del amor, la familia y la amistad en una banda de rock maldecida con un eterno pésimo management. Esta historia se puede disfrutar por todos, sobre todo por aquellos que no gustan del rock pesado, para ver el aspecto real de los "demonios" que la producen -gente que tiene un fuego interior que les grita que deben hacer oír su voz, que deben hacer entender a los demás su amor a la música.


Triste, nostálgica, diferente. Una versión del rock pesado desde la verdad de los que lo producen: mucho, mucho muy detrás de las bambalinas. Llega a sacar lágrimas. (9/10).

martes, 27 de septiembre de 2011

Valor de ley (True Grit). Vaqueros en 2011 (8/10)




No hay mucho que decir de esta película, más de que es una entretenida y bien contada historia de vaqueros narrada en analepsis por una mujer, su protagonista (sí, la protagonista es una mujer, con verdadero temple de acero y determinación, aunque para la venganza). Se destaca, precisamente, la actuación de Hailee Steinfeld. Jeff Bridges no puede -¡simplemente no podrá nunca!- dejar de evocar al "dud"de "El gran Lebowski". Buena actuación también por parte de Matt Damon. 8/10

lunes, 5 de septiembre de 2011

Miseria (Misery). 8/10


A veces una película de trama fácil de describir se vuelve grandiosa gracias a sus actores principales. Es el caso de Miseria (1990), un thriller psicológico dirigido por Rob Reiner y cuyos protagonistas principales son James Caan y Kathy Bates. Kathy hace el papel de su vida.


¡Qué grande es el poder que tienen las enfermeras! No sólo tienen la capacidad de sanar, como ángeles lanzados desde el orbe por un Dios condescendiente ante las insensatas guerras que los hombres nos provocamos. También tienen el poder de evocar en el enfermo, en el herido, esa infancia perenne que está oculta en las divagaciones del alma; esa infancia que por más problemas que nos inventemos, situaciones en las que nos metamos, negocios que hagamos, aventuras que disfrutemos y, sobre todo, pecados que cometamos, está allí presente, siempre presente y dormida, como una brillantísima perla en los carnosas tripas de un molusco.




Es por esa evocación de bondad que el de la enfermera mala es uno de los arquetipos de las películas de horror o de suspenso. Ya Hollywood nos había regalado una muestra maravillosa de su representación en la memorable enfermera Ratched de Atrapado, sin Salida (One Flew over the Cuckoo’s Nest, 1975). Ahora, Kathy Bates, eternamente portando un crucifijo sin Cristo, representa a Annie Wilkes, una enfermera maniaco-depresiva. James Caan por su parte, hace el papel de un talentoso escritor, Paul Sheldon, que tiene la desgracia de quedar atrapado en una tormenta de nieve.


La película deja fuertes impresiones. Una de las principales es la manera como Paul maneja esa situación de estar en las garras de la obsesión de otra persona. Las obsesiones son terribles para el que las sufre como enfermedad, pero pueden traer un infierno en la vida de los que habitan alrededor del obseso. La manera como Paul maneja su situación es ejemplar. Interesante cómo por momentos James Caan tiene que actuar como alguien que está tratando de convencer a otra persona de que no está loca. Es decir, el papel que representa es el de un actor (actor -actuando como actor para una mujer obsesa- para el público).


La actuación de Kathy Bates es simplemente inolvidable. No es una mala que sólo es mala, sino una enferma “real”, que legítimamente sonríe cuando le hacen caso, y pierde la paciencia con gritos y… mucho más, cuando no, con un fuertísimo sentido de falsa justicia. Si pudiéramos leer su mente, diría algo como “yo te trato bien, te alimento, te rescato y, por ende, tu me tienes que amar. No importa lo que pienses. No importa lo que quieras. Es justo que me ames. Es simplemente justo.”




Extraño una película en la cual la víctima se deje convencer de las obsesiones de su victimario. En todo caso, Miseria es una maravillosa y horrorífica película, sin efectos especiales ni tonterías, de trama lineal y con muy pocos actores. Una pequeña joya con una maravillosa actuación, que es una joya de por sí. 8/10.

domingo, 20 de febrero de 2011

Aguirre, la Ira de Dios; o cine como la vida misma (10/10)





Una constante angustia, un desasosiego; el sentirse arrinconado: todo eso se siente inevitablemente al ver Aguirre, la Ira de Dios (Aguirre, der Zorn Gottes). Werner Herzog realizó en 1972 esta canónica obra de drama y suspenso.

El escenario es Perú en 1560. Después de la destrucción del imperio Inca y el establecimiento del Virreinato del Perú, los Conquistadores ya habían afianzado en sí el convencimiento de que, con los rifles y caballos, el Nuevo Mundo sería totalmente suyo. Pululaban, entre ellos, las leyendas sobre los que habían conquistado tierras y cubierto, a sí y a su tripulación, en riquezas inefables. La avaricia hacía raíces en su imaginación. Los indígenas inventan la historia de una tierra mítica de castillos de oro, llamada El Dorado. Un grupo de Conquistadores decide aventurarse a encontrarla. Entre ellas está Lope de Aguirre, apodado “el Loco”.


Tres factores de similaridad


Tradicionalmente, en las películas hechas por directores de este lado del Atlántico (y, tristemente, cada vez más y más), se muestra en escena sólo lo que “pasa”, sólo lo que actúa. Se quiere llenar el espacio-tiempo con lo que podríamos denominar “eventos activos”. La dramática conversación entre dos personajes, el efecto especial (cuanto más “espectacular mejor)… Todo lo que sea contar, narrar, hablar… más bien gritar. Todo lo que no sea silencio. Todo lo que no sea misterio, eso, y sólo eso, es lo que se usa.

Ése es el esquema que Aguirre, la Ira de Dios, no toma. Y (aunque no lo único, por supuesto), lo que la hace una obra maestra. El filme se construye dentro del espectador: cada escenas es un ladrillo, y todos cuentan. La cámara quieta, una montaña de espesa vegetación, una larga fila de personas a lo lejos, segundos pasan, y descubrimos a los conquistadores, que van en fila india, junto con sus esclavos. La cámara quieta de nuevo, un río tumultuoso y bramante que nuestros expedicionarios tienen que pasar, y luego vemos a los expedicionarios hablando sobre el curso de acción. Sin efectos especiales, el filme sumerge desde el principio en la ansiedad de estar totalmente solo, en una tierra agreste, con una gente salvaje y, sobre todo, de estar sin esperanza de salida.



El minimalismo no termina ahí. Los diálogos son brevísimos. Por ejemplo, Aguirre está frustrado: lo manifiesta moviendo la cabeza. Una de las dos damas que acompaña al grupo está asustada: lo manifiesta con sus ojos. No hace falta decir algo si con las actuaciones es suficiente. No hace falta hablar si se puede comunicar con las emociones. Largas temporadas de silencio se meten en el alma del espectador que busca sin quererlo, durante el transcurso de la película, palabras de las que agarrarse, emociones, pistas para comprender qué están sintiendo los personajes, para comprender la trama. Estamos hablando de que en el cine, a diferencia del teatro, no hace falta que todo esté dicho por algún personaje, ni que todo esté supuesto por el escenario. No. La vida misma está cargada de la incertidumbre de su sentido. Las preguntas filosóficas esenciales no surgen en el desenfreno de una fiesta ni en un acalorado argumento, sino ante el dolor y el miedo ante la vastedad de posibles resultados de nuestros actos. Es el no poder tenerlo todo controlado, el no entenderlo todo, lo que ardientemente consume el alma.


No contento con la falta de efectos especiales y la brevedad de las conversaciones, el filme da otro paso más allá, en lo que es otra analogía con la vida real: la trama incierta. No se sabe si la escena que estamos viendo es importante para el desarrollo de la historia. Los expedicionarios se encuentran con unos indígenas. ¿Importa? Tal vez sí… Luego (o antes) descansan a la orilla de un río. ¿Importa? Tal vez… tal vez no. Cosas pasan, pero no está claro para donde vamos. Sólo un sentimiento sostiene a los espectadores, y es el mismo que sostiene a los aventureros: la angustia. Al igual que en la vida diaria, no sabemos qué de lo que nos pasa nos traerá éxito o desventuras, y lo que es peor, no podemos saber qué es lo que trae consecuencias significativas y lo que no; lo que importa y lo que no. Sobre todo, no sabemos lo que importa. ¿Y lo que importa… para qué? Y acá, sin meternos en el escabroso terreno de la filosofía (aunque deberíamos: a nadie le importa ya; todos están muy ocupados en Internet), decimos que nada más importa en la vida sino el para qué.



Fidelidad histórica


Lo que pasa en la película no pasó en la vida real así como es contado. Sin embargo, los personajes sí que existieron. La expedición también se realizó y Lope de Aguirre estuvo en ella. Los destinos y aventuras de los personajes fueron muy distintos, pero eso sí, Aguirre en realidad fue la maldad encarnada. No la maldad violenta y farandulera, sino la maldad maquiavélica, la silenciosa; la que corroe, al que la sufre, en su delicioso dolor. Como referencia, otras películas en donde encontramos esta avaricia son “There Will be Blood”, “Network” y las múltiples versiones de “Canción de Navidad”.

La película es alemana y hablada en alemán. No puedo dejar de hacer un paralelo entre Aguirre y Hitler. La palabra “Führer”, incluso, es dicha una vez en la película. No es en vano, estoy seguro. 10/10.

sábado, 22 de enero de 2011

Ponyo (8/10)

Ponyo

¿Cómo pensar o escribir sobre esta hermosa película y no sonreír? Ponyo es una bella historia para niños pequeños. Sosuke, un niño de cinco años, vive cerca de un acantilado. Un día, estando a la orilla del mar,, encuentra a Ponyo, un extraño ser parecido a un pececillo.


Como en otras obras de Hayao Miyazaki, el de Ponyo es un universo en el que la realidad y la fantasía bellamente se confunden. Los escenarios y situaciones imposibles se intersectan con personajes con comportamientos muy “reales” (como la madre de Sosuke, o Sosuke mismo). El mundo de Ponyo es un hermoso homenaje artístico al mundo marino.




A diferencia de otras aberrantes obras modernas (modernistas, más bien) del cine y la televisión supuestamente infantil, esta película sí respeta a los niños. Aún más, les muestra la belleza de la Creación y suscita interés y amor a la Naturaleza. Sin la profundidad ni la complejidad de otras obras de Miyazaki, esta bella historia llena de paz al alma. Sin temas subrepticios, sin chistes “para adultos” y sin ironías (lo cual es casi increíble), Miyazaki trata al público infantil con honor y, al mismo tiempo, con primor y ternura. 8/10